¿Qué Hay De Bueno, Maese Cruchot?
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- Shelli De Mole 작성
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Si quieres conocer un poco más sobre qué son las trufas y para qué sirven, te invitamos a seguir leyendo este artículo de EcologíaVerde. En este pueblo, como lo tienen todo previsto, es decir, compra, venta y ganancias, los comerciantes pueden emplear de las doce horas del día, diez en alegres giras, en observaciones, comentarios y continuos espionajes. En lo físico, Grandet era hombre de cinco pies, rechoncho, cuadrado, con unas pantorrillas de doce pulgadas de circunferencia, grandes rótulas y anchas espaldas; su cara era redonda, curtida y marcada por Fresco Tuber Borchii la viruela; su barba era recta, sus labios no ofrecían ninguna sinuosidad y sus dientes eran blancos; sus ojos tenían la expresión tranquila y devoradora que el pueblo atribuye al basilisco; su frente, llena de arrugas transversales, no carecía de significativas protuberancias; y sus cabellos, rubios y blancos, eran de color plata y oro, al decir de algunas gentes que no conocían la gravedad que podía tener el hecho de gastar una broma al señor Grandet. No había nadie en Saumur que no estuviese persuadido de que el señor Grandet tenía un tesoro particular o algún escondite lleno de luises y de que se daba todas las noches el inmenso goce que procura la vista de una gran masa de oro.
» corren de puerta en puerta de un extremo a otro de aquella calle que antaño se llamaba la calle Mayor, y todo el mundo dice a su vecino que llueven luises de oro, dando a entender con esto que saben lo que un rayo de sol o lo que una lluvia oportuna les vale. El anciano señor de la Bertelliere decía que colocar dinero era una prodigalidad, juzgando que era mayor el interés que se percibía contemplando el dinero que beneficiándose con la usura. Lo importante es que el animal tenga un buen olfato, que sea obediente y que esté motivado. En el momento de comenzar el adiestramiento diario, se lleva al perro hacia el lugar donde escondimos las trufas unas horas antes, entonces animaremos al animal a que busque y rasque en la tierra. A estas horas sólo puede venir de París. Yo sé que en París algunas buenas madres se sacrifican de este modo por la dicha y la fortuna de sus hijos; pero aquí estamos en provincias, señor cura. El señor Grandet, al que la Providencia quiso sin duda consolar de su desgracia administrativa, heredó sucesivamente durante este año a la señora de la Gaudiniere, madre de su mujer, al anciano de la Bertelliere, padre de la difunta, y a la señora Gentillet, abuela materna suya: tres herencias cuya importancia no conoció nadie, pues la avaricia de estos tres ancianos era tan grande, que hacía ya mucho tiempo que amontonaban su dinero para poder contemplarlo secretamente.
El señor Grandet inspiraba, pues, la respetuosa estimación a que tenia derecho un hombre que no debía nada a nadie, que, como viejo tonelero y viejo viñero, adivinaba con la precisión de un astrónomo el año en que era preciso fabricar mil toneles para su recolección o solamente cinco, que no desperdiciaba ningún negocio, que tenía siempre vino para vender cuando éste subía de precio y que podía conservar su cosecha en sus bodegas y esperar el momento de vender el tonel a doscientos francos, cuando los pequeños propietarios daban el suyo a cinco luises. A principios del año 1811, los cruchotistas obtuvieron una señalada ventaja sobre los grassinistas. A éste, el señor Cruchot le había proporcionado el dinero necesario para comprar una propiedad, pero le había cobrado el once por ciento; a aquél, el señor de Grassins le había descontado un giro, pero cobrándole una prima enorme. Aunque el anciano Cruchot y el señor de Grassins poseyesen esa profunda discreción que la confianza y la fortuna engendran en provincias, demostraban públicamente tal respeto al señor Grandet, que los observadores podían calcular la magnitud del capital del antiguo alcalde por la obsequiosa consideración de que era objeto.
El coche partió. Nanón echó el cerrojo a la puerta, soltó el perro, se acostó con el hombro acardenalado, y nadie en el barrio sospechó la marcha de Grandet ni el objeto de su viaje. Allí, sin duda, cuando Nanón roncaba hasta hacer temblar las paredes, cuando el perro guardián velaba y bostezaba en el patio, y cuando la señora y la señorita Grandet estaban bien dormidas, iba el antiguo tonelero a mimar, acariciar, empollar y contar su oro. No hacía nunca ruido, parecía economizarlo todo, hasta el movimiento, y no molestaba nunca a los demás, llevado de su constante respeto a la propiedad. No comió nunca caza hasta después de haber hecho esta adquisición. Los avaros tenían una especie de certidumbre de esto al ver los ojos de Grandet, a los que el oro parecía haber comunicado sus tonos amarillos. Desde la Revolución, época en que se atrajo las miradas de todo el mundo, Grandet tartamudeaba de una manera fatigante tan pronto como tenía que hablar mucho tiempo o sostener una discusión. ¿No había sentido todo el mundo, poco o mucho, en Saumur, el cortés arañazo de sus garras de acero?
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이전작성일 2024.11.17 10:30
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